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Mujeres rarámuli, su ser y hacer en comunidad

¿Qué tanto conocemos a la mujer rarámuri? ¿Qué tan cerca hemos mirado su vida? Y sobre todo ¿Qué podemos aprender de ellas? que, a partir de una mirada breve, enfocada a la vida de cada día de las mujeres rarámuri de algunas comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara, en concreto de la región conocida como Baja Tarahumara se pueda tener un acercamiento a su realidad, a sus haceres; al rol que desempeñan tanto en su núcleo familiar, comunitario y cultural.  

¿Qué hay más allá de los ropajes coloridos y el trabajo que realizan? Se trata a través de este pequeño escrito asomarnos a su realidad, a sus quehaceres y actividades cotidianas. ¿Cuál es su aporte como mujeres? ¿Qué valores y consignas las mueven dentro de sus pueblos? Las mujeres raràmuli son las mujeres niñas, grandes y ancianas que han tenido la suerte de nacer de una mujer indígena del pueblo Raràmuli, más conocido como Tarahumara. Origen fundamental para formarse con una identidad propia y comunitaria, culturalmente hablando.

Desde que nacen, las arropan sus antecesoras, las cubren con los ropajes del ambiente y las alimentan con las costumbres y tradiciones que han recibido en herencia de sus madres y abuelas. Cuando nace una mujer se escucha luego que llegó una que hará tortillas, que hará comida, que aprenderá a hacer ollas y canastas. Se dice que el precio de nacer es una deuda con la mujer que le ha dado la vida y esa deuda quedará saldada cuando llegué el día de dar a luz su primer hija o hijo.

Los primeros años crecen siendo una con su madre, sostenidas en el rebozo que se cuelga del cuello y se sostiene sobre la espalda. Qué grata manera de ir moldeando una personalidad firme y segura. Nada les preocupa, ni de las inclemencias del tiempo se percatan. Desde allí empiezan a conocer el mundo que les rodea, desde arriba ven la tierra que les invita al descubrimiento y al juego con todas las cosas vivas. Sus primeras danzas también unidas a la madre, cabe mencionar que dicha etapa suele ser igual de dichosa para niños y niñas. Cuando ya caminan, todavía no hay un desprendimiento claro de la persona que las ha criado. Se aferran a la mano materna y en el peor de los casos se agarran lo mejor que pueden de la falda de su nana para dar sus pasos sin vacilar, sin temor alguno. Llegada la edad de independencia, cuando ya corren y distinguen las veredas, indagan siempre cerca. Corren, brincan, ruedan y tocan todo aquello que llama su atención. Lo mismo queriendo agarrar una lagartija que atrapar con sus manos un pájaro o una mariposa. Son inquietas, despiertas y curiosas.

Habiendo pasado unos años, cuatro o cinco inviernos o fiestas de cosecha nueva. Se le empieza a mirar y tratar con algunas diferencias. Muy probablemente ya tiene un hermanito pequeño que puede cuidar, o tal vez ya acerca a los chivitos pequeños al corral donde se les encierra. Por increíble que parezca, se puede encontrar a niñas de cinco años preparándose su comida, incluso aprendiendo ya a hacer tortillas. Ya tiene más fuerzas, ya participa en algunas ceremonias de la familia y la llevan a algunas fiestas donde la mamá participa. Ya tiene edad para escuchar los consejos y aprender las costumbres y creencias. Las mujeres que la rodean se encargan de enseñarle lo que debe aprender y lo que debe hacer en la vida. Lo hacen por las tardes, por las mañanas, cada que se presente la oportunidad. Aprende escuchando, viendo y preguntando. Es tiempo de abrir las manos para recibir todo el legado cultural que, de generación en generación de abuelas a nietas, de madrinas a ahijadas, de hermana mayor a hermana pequeña se transmiten. Si nos imagináramos cómo es la forma quizás se puede pensar en frases como: porque así se hacía y para que así se siga haciendo.

De esta manera es posible que con apenas 10 o 12 años muchas ya elaboran sus canastas y ollas a la perfección, elaboran ellas mismas sus vestidos; han aprendido qué plantas son comestibles y cuáles venenosas. Suben y bajan las montañas solas, acompañadas muchas veces únicamente por sus rebaños de chivas. Contentas, confiadas y seguras de lo que son, conociendo a la perfección el mundo que les rodea. Durante esos primeros años, se arman los castillos y se pone el cimiento de grandes y bellas personas. En pequeños y frágiles cuerpos, detrás de ojos profundos y hábiles manos, toda una creación escondida y múltiples habilidades.

En esa primera escuela, la de la vida, se educaron la mayoría de las mujeres indígenas de la cultura Tarahumara. Mujeres fuertes, resistentes, luchonas; que caminan horas y horas, que bajan al arroyo por agua, que suben a la montaña por leña. Así son las mujeres rarámuli aguantadoras en el frío, entregadas en el trabajo de la tierra. Capaces de pasar hambre y noches en vela si es preciso por un bien de la familia, de la comunidad o del mundo al que pertenecen. Son impresionantes seres humanos más allá de la cultura que representan. Y poco se reflexiona sobre su vida. Poco interés hay en aprender de ellas y promover sus valores y riqueza.

Actualmente se empiezan a notar como las estrellas brillantes en el cielo de una noche oscura, o flores vivas y hermosas entre el paisaje de un desierto. Emergen en las reuniones de las pequeñas comunidades y se hacen escuchar, dejan oír su palabra con fuerza. Asumen cargos que no hace muchos años sólo los tenían los hombres. En la familia, cada vez son más independientes y autónomas. Eligen su camino y salen a buscar mejores condiciones de vida para ellas y los de su casa. Aún con pocos años toman su destino en sus manos y se lanzan a construir sus sueños. Tan lejos y tan altos como ellas lo deseen. En la comunidad, ya son elegibles como autoridad tradicional; se les respeta cuando se convierten en líderes representantes de los intereses comunes. Sirven a la vida y al cuidado del mundo siendo parteras y curanderas. Danzan, cantan tocan violín, guitarra. Nuevas facetas y posibilidades han llegado también hasta ellas. El comercio, el turismo; proyectos productivos, etc. Parece que nada se les dificulta. El potencial genético, la herencia cultural, los saberes de las madres y abuelas; todo junto les hace ser lo que son y recibieron en potencia los valores y aptitudes que las caracteriza.

Si le agregamos a todo esto la posibilidad de una buena escuela cerca y un ambiente positivo y favorable seguramente en pocos años se podrá ver no sólo dos o tres flores y estrellas sino todo un cielo estrellado y un inmenso jardín florido: maestras, médicos, enfermeras, ingenieras, abogadas, políticas; muchas mujeres indígenas dejando atrás los estereotipos y etiquetas en que las ha colocado la sociedad y el sistema actual. Dejaran de ser las “Marías”, las “comadres” para ser mujeres con rostro y vida propia haciendo honor a su esencia rarámuri, identificadas con sus raíces; fortalecidas en la vida y de la experiencia adquirida en los caminos que recorren y los obstáculos que van superando en la carrera de cada día.

De pronto puede parecer idealista lo que se expone en estas líneas, no es esa la finalidad. Otros se encargarán de tratar sobre las realidades adversas también presentes. Aquí más bien está como punto de partida buscar y encontrar respuestas a algunas de tantas preguntas que surgen cuando se tiene la oportunidad de acercarse a la vida de estas mujeres nativas de la Sierra Tarahumara. Como conclusión se podría decir que el mundo de la mujer rarámuri ha sido poco reflexionado y es grande la riqueza que aportan a sus pueblos y culturas. Es invaluable lo que sus antecesoras les han legado porque les da la capacidad de dejar, de salir, de resistir, de luchar, de ganar y de hacer realidad lo que se proponen. Son mujeres que miran el mundo, se reconocen parte de él y no ven límites, fronteras y obstáculos que no puedan superar.

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