En esta sección te compartimos documentos generados por la asociación civil del trabajo realizado en las comunidades.
La transparencia es uno de los valores en los que se sustenta el quehacer de la organización. Por lo que se ve como una tarea fundamental el compartir y socializar los resultados y logros alcanzados en las comunidades donde colaboramos en la Sierra Tarahumara a través de nuestros Informes Anuales. Aquí nuestro último informe anual.
Proyectos Integrales en Economía Sustentable ha sido apoyada los años 2020, 2023, 2024 y 2025 con apoyo económico para gasto operativo por parte de la Junta de Asistencia Social y Privada del Estado de Chihuauha.
Entre 2018 y 2021, se llevó a cabo un proceso integral de fortalecimiento de la gobernanza ambiental y regeneración territorial en las comunidades-cuenca de Coyachique y Kowinpachi, ubicadas en el municipio de Batopilas, Chihuahua. Esta iniciativa surgió como respuesta a la urgencia de atender la degradación ambiental y social que enfrenta la Sierra Tarahumara, particularmente en regiones donde la pérdida de suelo, la escasez de agua y el abandono institucional han puesto en riesgo la vida comunitaria y los ecosistemas locales.
Gracias al respaldo de The Christensen Fund y Silicon Valley Community Foundation, en 2018 se aprobó un proyecto que sentó las bases para construir un modelo de gobernanza ambiental comunitaria. El objetivo principal fue generar un proceso participativo que permitiera a las comunidades tomar un rol activo en el manejo y regeneración de su territorio, comenzando por la cuenca que comparten. El enfoque del proyecto se basó en dos pilares: el desarrollo de capacidades comunitarias y la implementación de obras de conservación de suelo y agua.
Durante el año 2019, se desarrolló una serie de talleres con hombres, mujeres y jóvenes de ambas comunidades para la elaboración de diagnósticos participativos. A partir de estos encuentros se recogieron saberes locales, preocupaciones comunes y propuestas para el cuidado del territorio, lo que permitió construir de manera colectiva los Planes Comunitarios 2020–2025. Estos planes no solo identifican las principales problemáticas ecológicas de la cuenca (como la erosión hídrica, la deforestación o la pérdida de nacimientos de agua), sino que también proponen soluciones concretas basadas en prácticas tradicionales y conocimientos técnicos.
La siguiente etapa del proyecto, iniciada entre 2020 y 2021, se centró en la ejecución de acciones. Se aprobaron y pusieron en marcha dos proyectos bajo el esquema del Programa Estratégico de Ordenamiento Territorial (PEOT), en los cuales se realizaron obras de conservación de suelo en laderas de alta pendiente, zonas especialmente vulnerables a la erosión hídrica. Estas acciones no solo tuvieron un impacto ambiental inmediato, al detener procesos de degradación del terreno, sino que también se convirtieron en espacios formativos para los propios comuneros, quienes participaron activamente en su diseño y construcción. Durante 2022 al 2024 se hicieron obras de presas filtrantes de gaviones, se compusieron 10 eco-canciones de música regional y se asignaron 38 hectareas de manera voluntaria para la conservación para reforestar la parte alta de las comunidades, en 2022 y 2023 se reforestaron mas de 60,000 pinos.
Actualmente, en 2025 se inició con la ejecución de cosechas de agua de lluvia para que las casas de las familias que habitan estas comunidades puedan tener agua de calidad y cantidad necesaria debido a que actualmente la Sierra Tarahumara lleva varios años con sequías en verano. Para agosto 2025 se tiene contemplado sembrar 40,000 pinos Engelmanni para seguir rehabilitando el territorio.
También para 2025 se tiene planeado una serie de talleres de cuidando la parcela, un mural en la escuela primaria para la conservación del medio ambiente, una exposición fotográfica con niños y un manual del sistema alimentario tradicional de las comunidades.
La experiencia de Coyachique y Kowinpachi demuestra que cuando las comunidades toman un papel protagónico en el cuidado de su entorno, el impacto es profundo y duradero. A través de la organización, la planificación participativa y la acción colectiva, se abren caminos hacia un modelo de desarrollo enraizado en la tierra, el conocimiento propio y la defensa del bien común.
En 2018, PIES de la Tierra A.C. inició una alianza clave con la comunidad rarámuri de Bawinokachi y la organización CECADDHI. Juntas impulsaron el Programa de Infraestructura Productiva para el Aprovechamiento Sustentable de Suelo y Agua (IPASSA), financiado para la construcción de obras destinadas a conservar suelos y fuentes de agua.
Como parte de este proceso se realizó un mapeo de la microcuenca hidrográfica, en el que participaron activamente jóvenes de la comunidad, con apoyo técnico de FASOL. Este enfoque incluyó un levantamiento topográfico en 2019 para diseñar una presa de mampostería, actualmente en busca de financiamiento.
Además, gracias al impulso de la Comisión Estatal para los Pueblos Indígenas (COEPI), se ejecutaron obras de conservación de suelo y agua como barreras de material muerto, barreras de piedra, presas de piedra acomodada y presas de malla gavión.
Este proyecto es un claro ejemplo de la metodología de trabajo de PIES de la Tierra: un ciclo de diagnóstico, definición del sueño comunitario, diseño del plan de acción, implementación y evaluación. Este proceso se sostiene en tres ejes:
Fortalecer la gobernanza comunitaria implica crear una estructura local capaz de:
Esta transición desde estructuras informales hacia formas organizativas más formalizadas es esencial para que las comunidades puedan incidir en políticas, defender sus derechos y gestionar proyectos de manera sostenible.
El trabajo conjunto ha generado beneficios concretos:
Además, al fortalecer capacidades locales, Bawinokachi y otras comunidades mejoran su autonomía, resiliencia y posibilidades de obtener respaldo institucional.
El proceso en Bawinokachi ejemplifica la importancia de unir:
De esta forma, se consolida una gobernanza ambiental fuerte y sostenible, impulsada desde la propia comunidad.
Actualmente en 2025 se está ejecutando un proyecto de cosehcas de agua de lluvia en las comunidades que conforman Bawinokachi como lo son: de Ojo de Buey, Egochi, Magueyes y Cerro Pelón que ayudará a mejorar la calidad y cantidad de agua potable para más de 20 familias de la zona.
El proyecto para el año 2024-2025 para seguir con los planes comunitarios de las comunidades de Batopilas y Bocoyna como son: Coyachique, Kowinpachi, Huimaybo, Ojo de Buey, Egochi, Magueyes y Cerro Pelón para realizar 65 cosechas de agua lluvia, 5 letrinas, talleres del cuidado de la parcela, mural del medio ambiente y exposición fotográfica ha sido posible por los donantes y aliados de PIES de la Tierra, el proyecto termina a finales del 2025.
En 1997, la Fundación del Empresariado Chihuahuense (FECHAC) realizó un “Estudio diagnóstico sobre la migración indígena desde las principales comunidades expulsoras”, así como una “Caracterización de asentamientos indígenas en las principales ciudades del Estado”. Esto con el objeto de entender la problemática de la migración indígena a las principales ciudades del estado de Chihuahua.
Con el fin de dar a conocer a otras instancias los resultados de ambos estudios, la FECHAC convocó, de manera conjunta con la Coordinación Estatal de la Tarahumara y el Instituto Nacional Indigenista, a los titulares de 22 instituciones públicas, privadas y de la sociedad civil involucradas en el desarrollo de acciones en beneficio de los pueblos indígenas, a compartir una mesa de análisis.
La respuesta no se hizo esperar y ese mismo día los titulares de las instituciones asistentes tomaron la decisión de sumar esfuerzos en un trabajo conjunto y coordinado, que respondiera de manera frontal al desafío de contribuir al desarrollo regional mejorando la calidad de vida de los pueblos indígenas, a través de la coordinación y las alianzas estratégicas.
A partir de febrero 2023 PIES de la Tierra fue invitado a diseñar y ejecutar administrativamente el proyecto del PIAI para que las mesas sigan operando y se sigan haciendo sinergias entre sociedad civil, gobierno y comunidades indígenas.
En Aptiv mientras buscamos hacer el mundo más seguro, más verde y más conectado, también tomamos acciones para fortalecer las comunidades a través de inversiones sociales directas.
En el marco de la celebración del cuarto aniversario de Aptiv, la compañía anunció un donativo por $1.6 millones de pesos para reforestar la Sierra de Chihuahua y dar empleo a 2 comunidades indígenas que sembrarán 31,200 pinos y encinos en un año.
Durante el festejo realizado hoy en el MTC en Juárez, se hizo entrega simbólica de un cheque por $1,640,240 mil pesos a la Asociación Civil Pies de la Tierra, la cual recibirá los recursos a través de Fondo Unido United Way Chihuahua, socio estratégico de Aptiv en materia de responsabilidad social.
Miembros de las comunidades beneficiadas acudieron al evento. “La comunidad está contenta y feliz porque va a haber trabajo y beneficio para la familia”, dijo Juan Erick González, habitante de Coyachike, Batopilas, comunidad que se beneficiará directamente con el donativo.
El recurso proveniente del fondo de Reciclado de Aptiv, se aplicará en el proyecto “Restauración de Microcuencas Hidrológicas en Comunidades Rarámuri de la Sierra Tarahumara”, un programa que busca regenerar las microcuencas de las comunidades de Coyachike y El Pandito del municipio de Batopilas, Chihuahua, y así contribuir a mejorar la salud y actividades eco-productivas de sus habitantes.
El programa incluye varios ejes de acción, entre ellos impulsar la reforestación de un área de exclusión en la que se sembrarán 31,200 árboles en un año, y dará trabajo y un medio de ingreso a las familias de 30 jornaleros de 2 comunidades indígenas de la zona, quienes no tendrán que migrar para encontrar trabajo.
Con apoyo del PACMyC, las comunidades de Coyachique y Kowinpachi desarrollan un plan comunitario cultural que contempla la siembra de árboles, el cuidado del manantial y evitar que la cultura rarámuri se pierda.
El proyecto "La música tradicional y local como herramienta para el fortalecimiento de la cultura y cuidado del territorio" fue beneficiado del Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias (PACMyC) 2020.
Con el proyecto "La música tradicional y local como herramienta para el fortalecimiento de la cultura y cuidado del territorio", el cual fue beneficiado del Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias (PACMyC) 2020, Bernardo Manzano Lepe, director de la Asociación Civil Pies de la Tierra, apoya a las y los habitantes de las comunidades de Coyachique y Kowinpachi, en Batopilas, Chihuahua, con un plan comunitario enfocado en el rescate de sus tradiciones y cultura.
Manzano Lepe relata en entrevista que ha trabajado en diversas comunidades indígenas de esa región del norte del país desde 2013, en temas relacionados al cuidado del medio ambiente, siempre escuchándoles, para entender qué es lo que quieren, cuáles son sus necesidades y aspiraciones; así, en Coyachique y Kowinpachi trabajó por 12 meses para desarrollar este proyecto que utiliza la música para el fortalecimiento cultural y de las tradiciones.
El entrevistado relata que, con la información que la comunidad le entrega se elabora un plan comunitario, posteriormente se les presenta un esquema de trabajo entendible por todos los públicos, para que puedan elegir las actividades y formas para ponerlo en marcha.
Al relatar la experiencia, el entrevistado comenta que la gente le cuenta, por ejemplo: “Queremos sembrar pinos, queremos cuidar el manantial, queremos cuidar nuestra cultura, nuestras tradiciones porque se están perdiendo; se está perdiendo mucho nuestra cultura rarámuri”.
Además, comenta, existe la preocupación latente por la migración, ya que las personas que dejan la comunidad difícilmente regresan, lo que ha llevado a la pérdida de tradiciones, por ejemplo, de la música.
Teniendo conscientes estas preocupaciones, Bernardo Manzano y su equipo presentaron al PACMyC el proyecto "La música tradicional y local como herramienta para el fortalecimiento de la cultura y cuidado del territorio", que resultó beneficiado en 2020. En él se propuso que niñas, niños y jóvenes de Coyachique y Kowinpachi aprendieran a tocar la guitarra, el violín y el acordeón para preservar la música tradicional rarámuri de sus comunidades.
Con los recursos del proyecto fueron adquiridas guitarras, violines y acordeones. Mientras se llevaba a cabo la capacitación musical, relata el entrevistado, surgió la idea de que las y los participantes escribieran 10 canciones (escritas en español) donde se expresaran los intereses de las comunidades por el cuidado del medio ambiente y que fueron plasmados en el plan comunitario.
En total fueron 10 composiciones escritas por las y los estudiantes y enviadas a un grupo musical tradicional de la Sierra chihuahuense para que fueran sujeto de arreglos en temas de ritmo y estructura, interpretadas y gabadas en un estudio profesional para el disco “Canciones ecológicas para el cuidado de la Sierra Tarahumara”.
Las y los jóvenes de ambas comunidades, refiere el entrevistado, quedaron satisfechos con el proyecto y las “ecocanciones”, como las conocen, se han escuchado en algunas estaciones de radio locales y también las llevan en sus teléfonos celulares y memorias digitales, para reproducirlas donde quiera que vayan.
Para conocer más del trabajo que realiza la Asociación Civil Pies de la Tierra, se puede consultar en línea: facebook.com/piesdelatierra, piesdelatierra.org e instagram.com/piesdelatierra/.
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Los años 2020 y 2023, la asociación civil CONFIO, cuya labor consiste en revisar las buenas prácticas de transparencia de organizaciones no gubernamentales sin fines de lucro, concluyó el análisis de PIES de la Tierra A.C.
Estamos contentos por el apoyo y resultados obtenidos; al mismo tiempo motivados para continuar profesionalizando y mejorando en nuestra práctica organizacional.
El pasado 6 de mayo de 2020, el Gobernador del estado de Chihuahua Javier Corral, informó sobre los primeros proyectos aprobados para participar en el Programa Emergente de Empleo Temporal (PEOT), entre los que se encuentra el proyecto presentado por PIES de la Tierra A.C.. Dicho proyecto pretende beneficiar a más de 60 personas de las comunidades de Coyachique y Kowinpachi del municipio de Batopilas. El proyecto consiste en rehabilitar el camino de terracería Coyaina-Coyachique de 8.5 kilómetros de largo y contribuir en la regeneración de la cuenca hidrográfica realizando trincheras de piedra a curva nivel. Con dichos trabajos se pagarán 60 jornales diarios por un periodo de 50 días de trabajo; algo que sin duda contribuirá a la economía familiar durante esta crisis sanitaria donde la gente no tiene trabajo.
Desde el 2018 se ha venido acompañando a la cooperativa de consumo Mastranzo Seerógachi en el fortalecimiento administrativo, facilitando capacitación en temas de compras, ventas, precios, inventarios, entre otros. Durante estos años, con el apoyo de FASOL, AC y Fundación Hilton fue posible la adquisición de equipo de cómputo para mejorar los procesos administrativos y por ende la transparencia y rendición de cuentas. Uno de los logros importantes ha sido que las ventas han mejorado en al menos un 30%.
La cooperativa está integrada por mas de 12 familias socias (la mayoría de ellas son indígenas) y al menos el 80% de quienes dan vida al proyecto son mujeres. La cooperativa comercializa productos básicos a precios justos y esta tarea la ha venido realizando desde hace 25 años, sirviendo a sus socios y comunidad. Aunado a lo anterior, el proyecto favorece espacios de capacitación y es sin duda un apoyo a la economía doméstica y comunitaria.
Desde el 9 de septiembre de 2019, el Servicio de Administración Tributaria (SAT), otorgó la capacidad a PIES de la Tierra A.C. de emitir recibos deducibles de impuestos por donaciones recibidas. Esta autorización favorece en las tareas de procuración de fondos y al mismo tiempo un exige un mayor compromiso y responsabilidad en la administración de los recursos económicos y en la elaboración de informes al SAT.
En febrero de 2017 comenzó un proceso de trabajo conjunto entre PIES de la Tierra A.C. y las comunidades rarámuri de San Luis de Majimachi y Pitorreal, con el objetivo de brindar asesoría especializada en la gestión administrativa y organizativa de un fideicomiso comunitario. Este acompañamiento surgió como respuesta a la necesidad de contar con estructuras propias que permitieran a las comunidades proteger su territorio, gestionar recursos de forma autónoma y fortalecer su gobernanza interna frente a contextos de presión externa y despojo.
El trabajo se centró en fortalecer las capacidades del comité comunitario, promoviendo su liderazgo a través de procesos de formación enfocados en temas clave como la planeación participativa, el establecimiento de cargos comunitarios, la administración básica y la formulación de proyectos. Estas herramientas permitieron no solo mejorar la toma de decisiones colectivas, sino también sentar las bases para una organización más sólida, transparente y funcional.
Paralelamente, se llevaron a cabo talleres en más de siete rancherías, que forman parte de estas comunidades, con el propósito de construir un diagnóstico participativo amplio y representativo. Estos encuentros fueron espacios de diálogo e intercambio en los que se identificaron problemáticas, recursos, prioridades y aspiraciones desde la mirada de quienes habitan el territorio. Esta información fue fundamental para la elaboración de planes comunitarios de desarrollo, diseñados de forma colaborativa, con base en los saberes locales y las dinámicas socioculturales de la región.
El proceso no se limitó al ámbito técnico; también tuvo una dimensión profundamente política y cultural. A través de la organización y la asesoría, las comunidades reafirmaron su derecho a decidir sobre su propio futuro, a proteger sus recursos naturales y a gestionar alternativas económicas y sociales desde su identidad y cosmovisión. La construcción del fideicomiso comunitario, más allá de su función jurídica, se convirtió en una herramienta concreta de autonomía, resistencia y desarrollo con sentido colectivo.
Este acompañamiento continúa siendo parte del compromiso de PIES de la Tierra con los pueblos indígenas de la Sierra Tarahumara, promoviendo procesos que fortalezcan la gobernanza ambiental, el arraigo comunitario y la defensa integral del territorio.
En enero de 2017, la asociación civil CEDAIN (Centro de Desarrollo Alternativo Indígena) solicitó los servicios de PIES de la Tierra A.C. para llevar a cabo el diseño técnico de un proyecto integral en una microcuenca de 35 km², ubicada entre las comunidades de Okórare y Samachique, en el municipio de Batopilas, Chihuahua. Esta región forma parte del corazón de la Sierra Tarahumara y enfrenta condiciones de alta vulnerabilidad socioambiental. Según datos del INEGI y CONAPO, Batopilas se encuentra entre los cinco municipios con mayor índice de marginación en todo México, lo que evidencia la urgencia de proyectos que garanticen derechos básicos como el acceso al agua.
El objetivo central del proyecto fue diseñar un plan técnico de manejo hidrográfico que respondiera a una necesidad concreta y urgente: satisfacer la demanda de agua para consumo humano, agrícola y pecuario de tres comunidades rarámuri que habitan en esta microcuenca. En un contexto donde los manantiales disminuyen, las fuentes de agua superficial se vuelven intermitentes y las sequías son cada vez más prolongadas, garantizar el acceso sostenible al agua es una cuestión de supervivencia.
La intervención se desarrolló a partir de una visión integral del territorio, entendiendo la cuenca no solo como un espacio físico, sino como un sistema complejo en el que interactúan elementos naturales, sociales y culturales. El diseño técnico incluyó levantamientos topográficos, mapeo participativo, análisis de pendientes, suelos y escurrimientos, así como la identificación de zonas estratégicas para la implementación de obras de captación y conservación de agua. Todo ello se realizó en estrecha colaboración con las comunidades, respetando sus tiempos, conocimientos y prioridades.
El proyecto consideró una combinación de infraestructuras como presas filtrantes, bordos de retención, zanjas de infiltración y sistemas de conducción, con el objetivo de mejorar la recarga de acuíferos, reducir la erosión hídrica y garantizar un suministro más estable y equitativo para todos los usos del agua en la región. Además, se propusieron mecanismos de organización local para el mantenimiento y gestión comunitaria de los sistemas construidos, favoreciendo la autonomía y el arraigo territorial.
Uno de los grandes retos —y a la vez logros— del proyecto fue colocar en el centro de la planificación una mirada biocultural, que reconoce la estrecha relación que las comunidades indígenas mantienen con el agua y el territorio. Esta perspectiva permitió que la propuesta técnica no fuera una solución impuesta, sino un instrumento al servicio del bienestar colectivo, elaborado a partir del diálogo entre saberes tradicionales y conocimientos técnicos.
La consultoría en la microcuenca Okórare representó un paso importante hacia la construcción de infraestructura con sentido comunitario, que no solo responde a necesidades urgentes, sino que promueve procesos de organización, planeación participativa y defensa de los bienes comunes. En una región marcada por la exclusión histórica y el abandono institucional, este tipo de proyectos contribuyen a restituir derechos, fortalecer la gobernanza local y abrir caminos hacia un desarrollo más justo y sostenible.
En agosto de 2014, a solicitud de la Fundación José A. Llaguno, se llevó a cabo una consultoría especializada para diseñar un proyecto de manejo integral de microcuencas en la zona de Norogachi, ubicada en el municipio de Guachochi, Chihuahua. Esta región, habitada principalmente por comunidades rarámuri, enfrenta desde hace años un proceso acelerado de degradación ambiental que afecta de forma directa su seguridad alimentaria, acceso al agua y calidad de vida.
El proyecto tuvo como objetivo principal sentar las bases para la implementación de acciones concretas que permitieran recuperar la funcionalidad ecológica de la cuenca y mejorar las condiciones de vida de quienes dependen directamente de ella. Para lograrlo, se propuso un enfoque integral que combinara obras físicas de conservación con procesos de formación y fortalecimiento comunitario, alineando el cuidado ambiental con la soberanía alimentaria y la gestión territorial indígena.
La formulación del proyecto se basó en un diagnóstico situacional detallado de la región, que permitió identificar los principales problemas ambientales: erosión hídrica severa, pérdida de suelo fértil, disminución en la captación de agua, y afectaciones a los sistemas de cultivo y recolección tradicionales. Este análisis fue clave para definir estrategias que respondieran tanto al contexto ecológico como a las prácticas y necesidades locales.
Entre las acciones propuestas se incluyó la construcción de diversas obras de conservación de suelo y agua, como barreras de piedra, presas filtrantes, presas de gaviones y cabeceo de cárcavas, diseñadas específicamente para reducir la velocidad del escurrimiento superficial, retener sedimentos, recargar acuíferos y restaurar gradualmente la capacidad productiva del terreno. Estas obras no sólo son eficaces desde el punto de vista técnico, sino que también pueden ser construidas y mantenidas por las propias comunidades con materiales locales y saberes tradicionales.
Además de la infraestructura física, el proyecto contempló un componente clave: el desarrollo de capacidades locales. Se propuso la realización de talleres y encuentros formativos en temas como el manejo del agua, restauración ecológica, técnicas agroecológicas y organización comunitaria. La meta era no solo ejecutar obras, sino dejar capacidades instaladas que permitieran la autogestión del territorio y la continuidad del proyecto en el tiempo.
Este diseño no fue un ejercicio técnico aislado, sino una propuesta construida desde la mirada de intervención integral y colaborativa, que reconoce a las comunidades como protagonistas en la regeneración de sus territorios. La zona de Norogachi, con su riqueza cultural y ambiental, requiere procesos que no sólo reparen el paisaje físico, sino que fortalezcan el tejido social y cultural que lo sustenta.
El proyecto de manejo integral de microcuencas en Norogachi representa un ejemplo de cómo la articulación entre diagnóstico participativo, conocimiento técnico y organización comunitaria puede dar lugar a estrategias viables, sostenibles y con sentido territorial. Aunque en 2014 se trató de una propuesta de diseño, su visión sigue vigente como una ruta necesaria para la defensa del agua, del suelo y de la vida en las comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara.
Ubicada en el municipio de Guachochi, corazón de la Sierra Tarahumara, la microcuenca Cochérare abarca aproximadamente 102 km², integrando a más de 20 comunidades rarámuri que dependen directamente de sus recursos hídricos y forestales. Esta zona forma parte de un territorio rico en humedales que, desde 2013, fue enlistado como sitio Ramsar, con ocho cuerpos de agua de alta importancia ecológica, hogar de especies endémicas como el pato triguero mexicano.
Desde antes de 2011, las comunidades debatían cómo organizarse para mejorar la gestión del agua y los suelos. Con acompañamiento técnico y el apoyo del Centro de Desarrollo Alternativo Indígena, A.C. (CEDAIN), iniciaron la planeación del proyecto hídrico, el cual se volvió uno de los cinco proyectos piloto del programa GEF Tarahumara Sustentable.
En febrero de 2014 comenzó la construcción de una presa con capacidad de 12 000 m³, ejecutada por un comité comunitario elegido por sus pares. Más de 60 personas, hombres y mujeres, participaron directamente, incluso quedándose en cuevas cercanas durante la obra. Estas acciones no solo resolvieron necesidades hídricas, sino que reforzaron el tejido comunitario y desarrollaron liderazgo local.
El proyecto aplicó un ciclo integral de acción: diagnóstico, diseño de sueños comunitarios, planificación, ejecución y evaluación —en sintonía con la metodología de trabajo de PIES de la Tierra. Esto combinó valiosos saberes tradicionales rarámuri con herramientas técnicas: cartografía de microcuenca, análisis de suelos y agua, y uso de drones y GIS para monitoreo.
Gracias a la creación de un comité local, la comunidad pudo organizarse para tomar decisiones colectivas sobre el manejo del territorio, gestionar recursos y garantizar transparencia —partes esenciales de una gobernanza ambiental sólida que les permite incidir en políticas públicas y acceder a apoyos institucionales.
La microcuenca Cochérare forma parte de una región Ramsar en Guachochi —un territorio con humedales, manantiales y zonas boscosas críticas, que alberga 119 especies de fauna y contribuye a funciones vitales como regulación hídrica, control de erosión, hábitos culturales rarámuri y protección de biodiversidad.
Desde que se terminó dicha prese se constituyo legamente una asoaciación civil sin fines de lucro en la comunidad de Cochérare y alrededores llamada NATIKA A.C. en donde sus siguientes pasos fueron la la gestión de recursos adicionales —públicos y privados— para completar la presa y construir otras estructuras de conservación. NATIKA a sido un referente regional y estatal de trabajo comunitario debido al trabajo de sus líderes y colaboradores. El éxito en Cochérare ha impulsando proyectos similares en otras zonas de Bocoyna, Batopilas y Urique, replicando un modelo de gobernanza comunitaria unido a conocimiento técnico, algo que inició con una colaboracion con PIES de la Tierra A.C.
¿Qué tanto conocemos a la mujer rarámuri? ¿Qué tan cerca hemos mirado su vida? Y sobre todo ¿Qué podemos aprender de ellas? que, a partir de una mirada breve, enfocada a la vida de cada día de las mujeres rarámuri de algunas comunidades indígenas de la Sierra Tarahumara, en concreto de la región conocida como Baja Tarahumara se pueda tener un acercamiento a su realidad, a sus haceres; al rol que desempeñan tanto en su núcleo familiar, comunitario y cultural.
¿Qué hay más allá de los ropajes coloridos y el trabajo que realizan? Se trata a través de este pequeño escrito asomarnos a su realidad, a sus quehaceres y actividades cotidianas. ¿Cuál es su aporte como mujeres? ¿Qué valores y consignas las mueven dentro de sus pueblos? Las mujeres raràmuli son las mujeres niñas, grandes y ancianas que han tenido la suerte de nacer de una mujer indígena del pueblo Raràmuli, más conocido como Tarahumara. Origen fundamental para formarse con una identidad propia y comunitaria, culturalmente hablando.
Desde que nacen, las arropan sus antecesoras, las cubren con los ropajes del ambiente y las alimentan con las costumbres y tradiciones que han recibido en herencia de sus madres y abuelas. Cuando nace una mujer se escucha luego que llegó una que hará tortillas, que hará comida, que aprenderá a hacer ollas y canastas. Se dice que el precio de nacer es una deuda con la mujer que le ha dado la vida y esa deuda quedará saldada cuando llegué el día de dar a luz su primer hija o hijo.
Los primeros años crecen siendo una con su madre, sostenidas en el rebozo que se cuelga del cuello y se sostiene sobre la espalda. Qué grata manera de ir moldeando una personalidad firme y segura. Nada les preocupa, ni de las inclemencias del tiempo se percatan. Desde allí empiezan a conocer el mundo que les rodea, desde arriba ven la tierra que les invita al descubrimiento y al juego con todas las cosas vivas. Sus primeras danzas también unidas a la madre, cabe mencionar que dicha etapa suele ser igual de dichosa para niños y niñas. Cuando ya caminan, todavía no hay un desprendimiento claro de la persona que las ha criado. Se aferran a la mano materna y en el peor de los casos se agarran lo mejor que pueden de la falda de su nana para dar sus pasos sin vacilar, sin temor alguno. Llegada la edad de independencia, cuando ya corren y distinguen las veredas, indagan siempre cerca. Corren, brincan, ruedan y tocan todo aquello que llama su atención. Lo mismo queriendo agarrar una lagartija que atrapar con sus manos un pájaro o una mariposa. Son inquietas, despiertas y curiosas.
Habiendo pasado unos años, cuatro o cinco inviernos o fiestas de cosecha nueva. Se le empieza a mirar y tratar con algunas diferencias. Muy probablemente ya tiene un hermanito pequeño que puede cuidar, o tal vez ya acerca a los chivitos pequeños al corral donde se les encierra. Por increíble que parezca, se puede encontrar a niñas de cinco años preparándose su comida, incluso aprendiendo ya a hacer tortillas. Ya tiene más fuerzas, ya participa en algunas ceremonias de la familia y la llevan a algunas fiestas donde la mamá participa. Ya tiene edad para escuchar los consejos y aprender las costumbres y creencias. Las mujeres que la rodean se encargan de enseñarle lo que debe aprender y lo que debe hacer en la vida. Lo hacen por las tardes, por las mañanas, cada que se presente la oportunidad. Aprende escuchando, viendo y preguntando. Es tiempo de abrir las manos para recibir todo el legado cultural que, de generación en generación de abuelas a nietas, de madrinas a ahijadas, de hermana mayor a hermana pequeña se transmiten. Si nos imagináramos cómo es la forma quizás se puede pensar en frases como: porque así se hacía y para que así se siga haciendo.
De esta manera es posible que con apenas 10 o 12 años muchas ya elaboran sus canastas y ollas a la perfección, elaboran ellas mismas sus vestidos; han aprendido qué plantas son comestibles y cuáles venenosas. Suben y bajan las montañas solas, acompañadas muchas veces únicamente por sus rebaños de chivas. Contentas, confiadas y seguras de lo que son, conociendo a la perfección el mundo que les rodea. Durante esos primeros años, se arman los castillos y se pone el cimiento de grandes y bellas personas. En pequeños y frágiles cuerpos, detrás de ojos profundos y hábiles manos, toda una creación escondida y múltiples habilidades.
En esa primera escuela, la de la vida, se educaron la mayoría de las mujeres indígenas de la cultura Tarahumara. Mujeres fuertes, resistentes, luchonas; que caminan horas y horas, que bajan al arroyo por agua, que suben a la montaña por leña. Así son las mujeres rarámuli aguantadoras en el frío, entregadas en el trabajo de la tierra. Capaces de pasar hambre y noches en vela si es preciso por un bien de la familia, de la comunidad o del mundo al que pertenecen. Son impresionantes seres humanos más allá de la cultura que representan. Y poco se reflexiona sobre su vida. Poco interés hay en aprender de ellas y promover sus valores y riqueza.
Actualmente se empiezan a notar como las estrellas brillantes en el cielo de una noche oscura, o flores vivas y hermosas entre el paisaje de un desierto. Emergen en las reuniones de las pequeñas comunidades y se hacen escuchar, dejan oír su palabra con fuerza. Asumen cargos que no hace muchos años sólo los tenían los hombres. En la familia, cada vez son más independientes y autónomas. Eligen su camino y salen a buscar mejores condiciones de vida para ellas y los de su casa. Aún con pocos años toman su destino en sus manos y se lanzan a construir sus sueños. Tan lejos y tan altos como ellas lo deseen. En la comunidad, ya son elegibles como autoridad tradicional; se les respeta cuando se convierten en líderes representantes de los intereses comunes. Sirven a la vida y al cuidado del mundo siendo parteras y curanderas. Danzan, cantan tocan violín, guitarra. Nuevas facetas y posibilidades han llegado también hasta ellas. El comercio, el turismo; proyectos productivos, etc. Parece que nada se les dificulta. El potencial genético, la herencia cultural, los saberes de las madres y abuelas; todo junto les hace ser lo que son y recibieron en potencia los valores y aptitudes que las caracteriza.
Si le agregamos a todo esto la posibilidad de una buena escuela cerca y un ambiente positivo y favorable seguramente en pocos años se podrá ver no sólo dos o tres flores y estrellas sino todo un cielo estrellado y un inmenso jardín florido: maestras, médicos, enfermeras, ingenieras, abogadas, políticas; muchas mujeres indígenas dejando atrás los estereotipos y etiquetas en que las ha colocado la sociedad y el sistema actual. Dejaran de ser las “Marías”, las “comadres” para ser mujeres con rostro y vida propia haciendo honor a su esencia rarámuri, identificadas con sus raíces; fortalecidas en la vida y de la experiencia adquirida en los caminos que recorren y los obstáculos que van superando en la carrera de cada día.
De pronto puede parecer idealista lo que se expone en estas líneas, no es esa la finalidad. Otros se encargarán de tratar sobre las realidades adversas también presentes. Aquí más bien está como punto de partida buscar y encontrar respuestas a algunas de tantas preguntas que surgen cuando se tiene la oportunidad de acercarse a la vida de estas mujeres nativas de la Sierra Tarahumara. Como conclusión se podría decir que el mundo de la mujer rarámuri ha sido poco reflexionado y es grande la riqueza que aportan a sus pueblos y culturas. Es invaluable lo que sus antecesoras les han legado porque les da la capacidad de dejar, de salir, de resistir, de luchar, de ganar y de hacer realidad lo que se proponen. Son mujeres que miran el mundo, se reconocen parte de él y no ven límites, fronteras y obstáculos que no puedan superar.
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